Definición:
Juan es un empleado de banca de 42 años. Antes de llegar al trabajo se encarga de llevar a sus dos hijos a la guardería y al colegio. Una niña de 2 años y un niño de 5.Marta y Julián. La noche ha sido complicada ya que Marta se ha despertado varias veces llorando. Las prisas para vestir a los niños y el desayuno, que con frecuencia hace que se retrasen, provocan en él cierto nerviosismo. Salen de casa y ya van tarde. De repente un atasco. Comienza a sentirse cada vez más irritado. Presiona el claxon con fuerza varias veces. De repente sus hijos comienzan a discutir por un juguete. Su corazón late deprisa y nota en su interior una energía que lo desborda. De repente lanza un grito de furia. “ ¡Me cago en!” Se gira y agarra fuertemente el brazo de Julián. “Se acabó!!. Sois muy malos y papá ya no os quiere!! Castigados esta tarde sin jugar!”
Esta reacción inesperada y violenta hace que la pequeña comience a llorar y su hijo se sume a un silencio de miedo y contradicción.
Esta reacción, denominada ira, es una de las respuestas más comunes y cotidianas de las personas. Aparece cuando un deseo, expectativa u objetivo se ve amenazado. Se caracteriza por la agresividad, la furia o la cólera unida a una fuerte necesidad de dañar o eliminar al agente causante. Es una de las respuestas emocionales más primarias y de las más destructivas a nivel personal. La ira, es una de las reacciones más intensas y potencialmente de las más peligrosas ya que pueden desencadenar episodios de violencia física o verbal.
Tres componentes fundamentales modulan la ira:
A nivel cognitivo:
Posee un claro componente motivacional en el que las expectativas o las necesidades se ven bloqueadas. Generalmente hacemos responsable de nuestra frustración a otras personas convirtiéndolos en causas directas del bloqueo de nuestros deseos. Aparece de forma súbita e inesperada tras un desencadenante en el que los acontecimientos desorganizan los planes de una persona, sus derechos subjetivos o la imposibilidad de alcanzar una meta. Se produce un sentimiento de incapacidad de afrontar la situación y de frustración. A su vez, se considera que el agente causante de esta es otra persona y que el motivo de la otra persona es hacer daño con mala intención.
A nivel corporal y emocional:
Se producen sentimientos de irritación, enojo, furia y rabia. También va acompañada de obnubilación que es la incapacidad o dificultad para la ejecución eficaz de los procesos mentales. La ira a su vez produce una sensación de energía o impulsividad, actuar física o verbalmente de forma intensa e inmediata para solucionar de forma activa la situación problemática. Se experimenta como una experiencia aversiva y desagradable. Esto conlleva efectos importantes provocados por una alteración en el sistema nervioso con aumento de la adrenalina y de la frecuencia cardiaca, de la presión arterial sistólica y diastólica y tensión muscular.
A nivel de comportamiento:
La ira sirve a una variedad de funciones adaptativas relacionados con al auto-defensa, así como para la regulación de conductas sociales e interpersonales. Su principal característica, por lo tanto, es un impulso para atacar en la que se busca la eliminación de los obstáculos que impiden la consecución de los objetivos deseados, inhibir las reacciones indeseables de otras personas y provocar el enfrentamiento. Si no se consigue reducir la ira, se producen reacciones de descarga emocional (gritos, maldiciones, golpear objetos). La ira es un energizante del comportamiento. Produce expresión emocional negativa hacia otros, de defensa en contra de la amenaza y de vulnerabilidad.
Consejos para afrontar la ira:
Consciencia del momento:
Es muy importante desplegar habilidades de inteligencia emocional. Conocer las reacciones corporales ( tensión muscular, aumento de la tasa cardíaca, respiración entrecortada) y conocer los antecedentes personales que disparan la reacción de la ira. El objetivo es saber detectar y anticipar la reacción.
Responsabilizarse de la propia emoción:
En la ira se tiende a responsabilizar al otro de lo que nos pasa. La buena gestión de la ira pasa por hacernos responsables de nuestra respuesta emocional. La emoción es mía y está provocada por la incorrecta interpretación de lo que ha pasado unida a la frustración de no conseguir lo que quiero. Generalmente se tiende al error de meternos en la mente del otro y de ver intenciones maquiavélicas o de provocarnos voluntariamente.
Flexibilidad mental:
Compartimos la mayoría de nuestro tiempo con otras personas. Cada cual con sus expectativas, sus motivaciones y sus necesidades. Esto conlleva conflictos y disparidad de opiniones y de objetivos. Tenemos que estar abiertos a que a veces no se verán satisfechos nuestros deseos. Cambiar la exigencia por el “ me gustaría” y no convertir preferencias personales o expectativas en necesidades básicas intransigentes. Tener en cuenta que el vaso se rompe por su propia rigidez y no por la dureza del suelo.
Practicar el no hacer:
La ira nos prepara para la actuación inmediata y agresiva. En este caso, para evitar hacer daño a los demás o que los demás respondan defendiéndose y provocar una escalada de violencia lo mejor es pasar a la inacción externa. Detectarla, hacerse responsable , aceptarla, respirar y dejarla ir. Ninguna emoción es permanente. Ya habrá tiempo de resolver el conflicto de forma asertiva, de replantear el problema o de desplegar nuevas estrategias para conseguir los objetivos. Francisco García Moreno. Especialista en psicoterapia.